17 de enero de 2012

El edificio del reloj

Hay en Alicante un edificio que ha girado en torno a mi vida desde que tengo uso de razón. Desde bien pequeñas, mi hermana y yo con mis padres jugábamos a adivinar la temperatura que marcaba aquel reloj a espacios intermitentes. Mi padre conducía el coche por la explanada y cuando llegaba a su altura reducía la velocidad. Todos mirábamos por la ventanillas extasiados mirando a ver quien era el afortunado ganador del "número". El edificio era alto, estaba al final de una avenida y hacía esquina. Un juego alucinante para los tiempos que corrían.

Años después, hace exactamente 17, mi marido y yo nos dimos nuestro primer beso (primero para los dos) en las escaleras cercanas a aquel edificio. Continuamos nuestro noviazgo en los pub irlandeses de alrededor del edificio del reloj, hasta que un día Alicante se nos quedó pequeña cuando sacamos el carnet de conducir y mi padre nos cedió su viejo Simca 1200.

Hace 7 años que visito a mi ginecólogo , que tiene su consulta en la misma manzana que ese edificio y fue allí donde empecé a comprender que mis hijos nacerían del vientre de otra madre, no de mí. Y lo asumimos sin problemas.

Hace dos años y cuatro meses decidimos iniciar la adopción. Y fue ese día cuando me enteré que el edificio del reloj, es también el edificio donde algún dia conoceré a mis hijos. Es el edificio de bienestar social.

Hoy, mientras me dirigía al curso de internacional ( Colombia y China, temblad, vamos para allá...) pues me he parado en un semáforo de la explanada. Un nuevo semáforo. Al mirar a la derecha estaba el edificio con su reloj, que me iba indicando dos cosas: que llegaba tarde y que hacía un frío del carajo.

Hace dos semanas decidimos llevarnos de reyes a nuestros ahijados con la cabra loca de mi hermana y me temo que con la también cabra loca de su hija. Fuimos con tres niños y mi hermana nos obligó a callejear por parte de la barriada asegurandonos que íbamos a ver la cabalgata de los reyes magos desde un lugar inmejorable... Acabamos a 10 metros del edificio, con mi ahijado de tres años sentado en mi cuello intentando coger los pocos caramelos que los "reyes" tiraban este año.

Entre cabalgata y cabalgata yo miraba. Miraba enfrente, el sitio de nuestro primer beso. Miraba atrás, uno de los pubs donde nos refugiábamos de novios. Miré a la izquierda. Bajaba una de sus majestades en su real y muy iluminada cabalgata, pero yo no la veía. Mis ojos subieron por las plantas ese edificio, y contaba: 1, 2, 3, 4.... ¡7!. En la séptima planta de ese edificio se guardan mis tres expedientes de adopcion. Mis tres hijos... O al menos dos de ellos.

Miraba y miraba, y miraba los ojos iluminados de mi ahijado, y luego miraba a aquel edificio que sin saberlo, es tan importante en mi vida y que ha estado en mi mente desde bien pequeña. Y miraba y lloraba, pero de felicidad, porque algún dia volveré a ese sitio y quien estará destrozándome el cuello en la cabalgata será mi hijo.

Hace una semana volvimos a reunirnos con gente de la séptima planta. Información, entrevistas, preguntas, indirectas... Mucho dolor de cabeza, mucha ilusión y también mucha tensión. El edificio sigue en mi vida, pero ahora ya no miro su reloj.