Hoy toca
visita a la Gran Muralla. Realmente tenemos mucha curiosidad por visitarla,
pues parece que venir a China y no verla es como ir a Granada y no visitar la
Alhambra... Hemos quedado a las nueve en el hall del hotel con la otra familia
y nuestra guía para ir en un minibús hasta el paso que queremos visitar, a unos
60 Km de Beijing.
Salimos
bastante puntuales y nos encaminamos a nuestra parada “obligatoria” de camino a
la Gran Muralla: un taller donde se nos muestra cómo es el cultivo de las
perlas de ostras de agua dulce, se puede ver a diferentes trabajadoras
engarzándolas y hay un montón de mostradores con collares, pendientes, pulseras
y joyas de todo tipo con perlas:
Nuestra guía
está obligada a detenerse allí cada vez que hace la visita a la Gran Muralla,
pues el partido se lo exige a las agencias de viajes. Parada mínima dentro de
la tienda de quince minutos para que le sellen un cupón que acreditará ante la
agencia de viajes que ha hecho los deberes con nosotros, intentando que
compremos y consumamos en las tiendas del régimen… Cosas del comunismo.
Tras nuestra
“visita” al taller, seguimos viaje hasta el paso de la Gran Muralla que vamos a
visitar. La montaña aparece nevada en las zonas de umbría y la guía nos comenta
que el pasado 16 de Marzo nevó en Beijing y que aún hay zonas en las que la
nieve aguanta. Me temo que va a hacer fresquito, jejeje…
Llegamos con
el autobús a nuestro destino y al bajar ya podemos intuir la magnitud de esta
obra colosal. Más de ocho mil kilómetros de muralla a todo lo largo y ancho de
China gracias al esfuerzo de muchísimos esclavos y reos que se dejaron la vida
intentando terminarla en un empeño de talla faraónica.
Con los pelos
como escarpias, nos acercamos a la entrada. Pasamos por el detector de metales
y rayos X (aquí son ya casi tan comunes como los McDonalds) y accedemos por fin
a la puerta principal de entrada:
Una vez atravesamos
la puerta vemos dos accesos con carteles que lanzan en chino y en inglés dos
advertencias: “Entrance to climb the Great Wall” (entrada para “escalar” la
Gran Muralla) y “If you have heart or brain disease, please climb the Great
Wall according to your capabilities” (si Ud.tiene algún problema cerebral o de
corazón, por favor, escale la Gran Muralla de acuerdo a sus capacidades).
Vamos, que la subida debe ser de aúpa, ¿no creéis? Pues efectivamente: la
pendiente y el desgaste de los escalones de la muralla, horadados durante
milenios, dan verdadero pánico:
La guía,
durante el trayecto, nos había comentado que Mao Zedong dijo "Quien no ha
subido a la Gran Muralla no es un hombre de verdad". Lo bueno del asunto
es que no indicó la altura a la que había que subir, así que… En cualquier
caso, si me tengo que quedar en “medio gallina” no me importa, pero yo no subo
ahí arriba ni de lejos:
Nos sacamos
unas cuantas fotos en la plataforma de acceso desde donde obtenemos una vista
de los diferentes pasos y la subida a la montaña. El espectáculo es grandioso,
pero no apto para gente de peso superior al pluma y con una niña a cuestas:
Decidimos
subir un tramo únicamente, para que no se diga. Cuando pasamos a la zona llana
del tramo, descubrimos los restos de otra curiosidad que nos contó la guía de
camino: A las nueve de la noche de septiembre de 1999, se casaron a la vez mil
parejas en esta muralla, cerrando otros tantos candados sobre los barrotes de
los pasamanos y arrojando sus llaves a la montaña. Por un lado, el 9 simboliza
para ellos el mayor número posible (por encima de él ya son combinaciones de
números en los que el mayor de ellos siempre será el 9), por lo que hacerlo en
la hora 9 del mes 9 del 99 era muy especial. Por otro lado, al cerrar los candados
y arrojar las llaves simbolizaban que su amor sería irrompible, pues para poder
separarse tendrían que encontrar la llave que abría su candado, lo que
evidentemente sería imposible. Aquí vemos uno de ellos de muestra:
Cuando
alcanzamos el paso que nos habíamos marcado como objetivo nos damos cuenta de
que seguir ascendiendo es absurdo. Por un lado hace viento y es un viento frío
de mil demonios por culpa de la nieve de la montaña. Esto a LY no le viene nada
bien para su catarro (¡ni a nosotros!). Por otro, bajar con una niña en una
bandolera es peligroso, pues los escalones son irregulares y están muy
desgastados. Además, nos encontramos de forma casual con nuestra querida amiga
S. y su guía. Ya han llegado también a Beijing y nos juntamos un ratito. Ella
lo está pasando mal estos días por culpa de fiebres y catarros varios, así que
no la conviene tampoco estar aquí mucho rato.
Descendemos
juntos hacia la zona de compras mientras charlamos animadamente y quedamos en
intentar vernos estos días en Beijing. Nos despedimos y mientras ella se vuelve
con su guía nosotros nos quedamos revisando los diferentes puestos para
turistas que hay en la zona de tiendas. Sí, lo sabemos, son para “guiris”,
pero… ¡estamos en la Gran Muralla! Si no lo compramos aquí, ¿dónde lo vamos a
comprar?
En estas
estamos cuando de repente nos llama muchísimo la atención un artista (no tiene
otro nombre) que realiza grabados con la técnica del puntillismo sobre granito.
Lo habíamos visto hecho con ordenador y láser, pero este hombre… ¡lo hace a
mano! Un pequeño cincel y un martillo es todo lo que necesita. Además, tiene un
gran don de gentes, habla inglés y chapurrea el español. Cuando encima ve
nuestros esfuerzos por hablar en chino se crea un feeling especial y nos
entendemos a la perfección. Echamos un vistazo a sus obras, elegimos un par de
ellas que nos han encantado y, tras regatear amistosamente, nos inscribe los
nombres que le pedimos, la fecha de hoy y su firma particular en las piedras:
No tenemos ni
idea de cómo vamos a llevar esto sin que se nos rompa porque además de frágil
pesa una barbaridad, pero creo que merece la pena intentarlo…
Por fin, tras
grabarle en video mientras esculpe los nombres en la piedra y sacarnos unas
fotos con él, seguimos avanzando en la zona de tiendas en dirección a la
salida.
Antes de
terminar nuestra visita, nos detenemos en un pequeño templo que está ubicado a
la entrada y que nos había llamado la atención. Se trata de un templo taoísta
donde tienen un gran incensario a la entrada y un chico joven espera a los
visitantes:
Algunos dirán
que se trata de un “sacadineros” más de este gran negocio y realmente podría
ser así, pero el chico que hay a la entrada habla inglés a la perfección y
transmite una gran paz durante nuestra charla, así que nos dejamos llevar a ver
qué pasa. Nos cuenta que, según sus creencias, realizan plegarias para proteger
a seres queridos o sanar a personas enfermas. Nos invita a pasar al interior
del templo y hablar con su maestro que se encuentra en un lateral del pequeño
edificio. Nos miramos y decidimos entrar y conocerle.
El maestro se
encuentra en una zona austera, en un lateral del templo. También transmite
muchísima paz interior al hablar, pues habla con una voz queda y calmada.
Aunque habla algo de inglés, su alumno nos va traduciendo lo que nos dice o nos
pregunta. Al preguntarnos qué buscamos en el templo nos miramos. Ambos deseamos
lo mismo y se lo decimos directamente: buscamos que nuestra pequeña, recién
adoptada, tenga una vida larga y feliz. Ese es nuestro único deseo.
Nos pregunta
por el nombre que va a tener la niña. Cuando se lo decimos y le comentamos que
vamos a mantener también su nombre chino porque creemos que sus orígenes deben
acompañarla siempre, que no queremos que olvide nunca quién es y de dónde viene
y que respetamos su cultura y sus tradiciones se sorprenden y nos dan las
gracias con una sinceridad que nos llega al alma. Nos dicen que somos buenas
personas, que lo saben y que se lo transmitimos. Que rezarán diariamente por la
pequeña LY durante un año entero para conseguir el favor de sus divinidades y
la protección de nuestra hija.
Nos cuentan
que viven de los donativos, así que es lo único que piden. Al preguntarle al
alumno por la cuantía del mismo, nos piden menos de un yuan por día de plegaria.
Una miseria en comparación con lo que nos ofrecen. Aceptamos y nos hacen
entrega de dos cosas: una especie de colgante donde debemos inscribir el nombre
de nuestra hija y su fecha de nacimiento y una bolsita en un sobre cerrado de
plástico. El colgante es para dejarlo colgado en el templo donde se realizarán
las plegarias. La bolsita, nos indican, debemos llevarla sin abrir hasta llegar
a casa. Una vez allí, nos debemos lavar bien las manos, ir a la habitación de
la nena y depositarlo cerca de la zona donde dormirá.
Nos levantamos
dándole las gracias de forma reverencial al maestro y me indican que he de
arrodillarme frente a la estatua de su divinidad a rezar. Me dicen que debo
pedir en ese momento aquello que deseo para nuestra hija, la protección y la
felicidad en su vida. Me arrodillo, cierro los ojos y mientras realizo mis
peticiones suena tres veces el repique en un cuenco de metal. La paz mientras
escucho los ecos de cada golpe en el cuenco inunda mi cuerpo, relajándome. Es
una sensación nueva, profunda. Puede que sea la sugestión, el sitio, el momento
emocional… no lo sé, pero salgo de allí casi lloroso y feliz de haber entrado.
El alumno nos acompaña hasta la salida y se despide amigablemente de nosotros,
diciéndonos que estará muy contento el día que nos vuelva a ver en el futuro,
siendo él ya mayor y habiendo crecido nuestra hija feliz con nosotros. Mientras
tanto, nos despide con una reverencia y el deseo de que tengamos un buen viaje
de vuelta a nuestro país. Una experiencia realmente espectacular.
Regresamos a
nuestro autobús felices, con nuestros regalos bajo el brazo, inundados de
cultura china y de paz. Quizás nuestros improvisados compañeros de viaje no
entiendan el motivo, pero nosotros lo sabemos y nos apretamos las manos
mientras dejamos la Gran Muralla. Al final, ha resultado ser una visita muy
bonita e intensa. Una experiencia altamente recomendable.
De aquí nos
llevan a comer (tenemos la comida en un buffet cercano incluida en la
excursión). El buffet, en realidad, es otra tienda del partido “camuflada”:
para llegar hasta la zona de comer hay que atravesar un taller de artesanía
donde se realizan jarrones chinos tradicionales y una zona posterior donde se
venden de todos los tamaños, formas y colores. La comida, como era de esperar,
bastante cutre. Pero a estas alturas ya no somos remilgados y comemos aquello
que tiene un aspecto decente hasta calmar el hambre…
Volvemos al
hotel en un viaje realmente insufrible: casi hora y media de autobús
conduciendo al estilo chino (es decir, en plan suicida esquivando obstáculos) y
pegando frenazos y acelerones en el atasco a la entrada a la ciudad de Beijing.
Pese a todo sigue habiendo merecido la pena.
Nos echamos la
siesta con LY en nuestra habitación y al despertarnos ya es de noche. Pensamos
que podría venirnos bien volver a tomar algo de comida “occidental”, así que
decido acercarme a un Pizza Hut. La guía nos había comentado por la mañana que
cerca de nuestro hotel había uno, así que dicho y hecho. Bajo a recepción,
pregunto en inglés por la localización del restaurante y, tras unas breves
indicaciones y apuntarme el nombre de la calle donde se encuentra en una
tarjeta del hotel (por si me pierdo), me dirijo hacia la zona indicada con paso
decidido.
Voy caminando
por una calle bastante ancha donde habíamos visto un pequeño parque con una
estructura metálica al venir con el bus. Ahora se ha convertido en un
improvisado escenario para la práctica del taichí: un par de altavoces con
música relajante y un grupo totalmente heterogéneo de gente practicando taichí
al unísono en mitad de la calle, a las nueve de la noche y con tres o cuatro
grados de temperatura. China me sigue impactando y emocionando a cada paso que
doy…
Unos metros
después me para una chica por la calle. Tiene aspecto de universitaria (no
llegará a los 27-28 años) y habla un inglés casi perfecto. Me dice que tiene
hambre y que no tiene trabajo, por lo que me estaría muy agradecida si la
pudiera ayudar a cenar hoy. Me deja estupefacto, pero saco 20 yuanes de la
cartera y se los entrego sin dudar. Cuando se los guarda, me da las gracias y
me dice que también necesita ir a su casa. Ahí ya veo que no vamos bien y la
indico que me resulta imposible ayudarla más. Su respuesta ya me hace flipar:
“¿Y no hay ninguna forma de solucionarlo?”, mientras sonríe de forma pícara…
¡Creo que acabo de toparme con una prostituta ambulante! La devuelvo la sonrisa
indicándola que lo siento pero resulta absolutamente imposible y se despide
dándome las gracias… Os aseguro que me costó muchísimo salir de mi asombro.
El puñetero
Pizza Hut no aparece y ya me he recorrido toda la avenida. Llevo más de veinte minutos
andando, he visto gente vestida de todas las formas imaginables (desde una
mujer vestida de Prada hasta un chico
joven con sandalias, pantalón corto y sin calcetines (¡a tres grados!), me ha
parado una prostituta ambulante y he pasado delante de gente haciendo taichí en
plena calle... Empiezo a pensar que todo esto es un poco locura justo en el
momento en el que veo una pizzería tailandesa. “Pues mira, esto es lo que hay”
pienso para mis adentros, así que me meto en el edificio con algo de recelo. La
planta baja está desierta salvo un banco que está abierto 24 horas (hay un
oficinista medio dormido y dos guardias de seguridad custodiándole) y unas
escaleras mecánicas. Subo por ellas y llego a la entreplanta, donde veo un
restaurante. Entro en él suponiendo que sería el que se anunciaba fuera
(parecía estar a esta altura), pero en la carta no hay ni rastro de pizzas y no
hablan inglés…
Como hay más
escaleras mecánicas, sigo subiendo. ¡Bingo! En la siguiente planta está la
pizzería. En ella hay mucha luz, se ve todo bastante limpio y hay gente
cenando, así que no debe estar tan mal. Pido unas pizzas y me dispongo a
esperar. Mientras tanto, me han servido en la mesa donde espero un vaso de una
bebida efervescente de color verde fluorescente. Evidentemente, ni se me ocurre
probarla, que ya llevo demasiadas emociones fuertes últimamente…
Al cabo de una
media hora de espera (¡!) veo salir de la cocina a todos los camareros y
cocineros con tuppers. Se sientan en las mesas de los clientes y se ponen a
cenar. No puede ser. Esto no puede estar ocurriendo. No, no, no… China es un
país muuuy peculiar…
Al fin, casi
cuarenta minutos después de pagar, me sirven el pedido. Lo recojo y vuelvo a
toda prisa al hotel, que Susana debe estar flipando por lo que estoy tardando.
De vuelta me interpela otra chica con el mismo cuento que la primera. Como ya
he aprendido la lección la doy las gracias y rechazo su pregunta diciéndola que
ya he estado con una compañera suya hoy. Fin del problema. Definitivamente esta
es una de las noches más extrañas de mi vida…
Llego al hotel
y me encierro en la habitación con Susana y LY para cenar. Qué alegría ver a
mis dos preciosidades al fin. Creo que no me volveré a aventurar por aquí yo
solo y de noche, que al final he acabado agobiándome un poco...
Después de la
cena nos acostamos, pero yo no puedo dormir. Quizás sean las emociones de la
salida nocturna, quizás la Pepsi que me he bebido durante la cena, pero no
consigo conciliar el sueño hasta las cinco de la mañana (y me tengo que
levantar a las 7:15…). Mañana voy a estar que me caigo. En fin, menos mal que
no tenemos más obligaciones que la de acompañar a la guía a primera hora al
consulado a tramitar la legalización de las actas notariales de adopción. Ya
quedan menos fuerzas, pero también va quedando menos tiempo para volver con
nuestra gente… ¡qué ganas!
jajaja desde luego China no es un país aburrido para nada, hay que ver la de cosas que le pueden pasar a uno en un solo día... pero al final junto a tu familia es donde se encuentra la felicidad.
ResponderEliminarIncreíble experiencia extraña en la muralla. Nosotros hicimos algo parecido en Tailandia (yo anteriormente en Mexico y Jamaica) y esa gente que dice que te bendice (y más a mi que no soy creyente) da una paz increíble. En Tailandia hicimos una de ellas por vosotros, para que vuestro hijo no tardara en llegar. LY tardó más de lo esperado... pero llegó ese mismo año.
ResponderEliminarLo de la pizza no tiene nombre... jajajajjajajajaj, cómo me hubiera gustado verte por un agujerito de camino a por la cena.
Besotes