Tras dormir poco más de cuatro horas en el hotel, nos levantamos y bajamos a desayunar algo nerviosos. El día promete: hoy toca nuestro vuelo a Beijing, el vuelo más largo y ansiado de nuestra vida. Huelga decir que tanto Susana como yo tenemos pánico a volar (y si no, véase nuestro blog del viaje a Polonia…), así que sabemos que hoy nos enfrentamos cara a cara a uno de nuestros grandes miedos. ¡A ver quién puede más!
Un desayuno frugal en el hotel (no vaya a ser que se nos ponga mala la tripita ahora, que sería un momento genial…) y a coger la lanzadera gratuita de la que dispone el hotel para ir a la T1 de Barajas. Anoche descubrimos que el bolso cuenta como equipaje de mano, por lo que hemos metido todo lo que se podía meter en una de las maletas y el resto en el equipaje de mano, reorganizándolo todo y pasándonos en más de 2 Kg de peso en una de las maletas. Los problemas de las prisas de última hora, pero en fin. Pagaremos y punto…
A las 8:15 de la mañana nos plantamos en la T1 y, tras buscar en los paneles de información el número de mostradores de Air China para facturar maletas y obtener tarjeta de embarque, nos dirigimos al punto donde se está ya comenzando a hacer cola. He aquí nuestras caritas, mezcla de alegría y nerviosismo:
En la cola de embarque conocemos por primera vez a una inesperada compañera de viaje con la que acabamos entablando amistad, nuestra querida S. que va también a por su peque. He dicho inesperada aunque realmente no debería sorprendernos: ya nos habían comentado que había otra familia, monoparental, que iba en el mismo vuelo que nosotros. Está tan ilusionada y nerviosa como nosotros, y como siempre es agradable no estar solo en una situación desconocida, así que nos pegamos como lapas desde ese instante.
Al cabo de un rato, la ventanilla abre y una amable señorita nos factura las maletas haciendo caso omiso de los 2 kg de sobrepeso y del exceso de tamaño de las mismas (¡¡300$ ahorrados!! Gracias, amable señorita, sea Ud. quien sea… ojalá tenga un maravilloso día). Tras revisar nuestros pasaportes, visados y billetes en papel nos dan las tarjetas de embarque. ¡Ya las tenemos!:
Sin quererlo demorar más, nos vamos los tres juntos hacia la zona de acceso a las puertas de embarque. Control de líquidos y dispositivos electrónicos (cacheo incluido a Susana por pitar en el arco de metales) y, de ahí, control de pasaportes y visado (de nuevo) en la zona de vuelos internacionales.
A las 10:45 en punto, embarcamos. Esta vez, a diferencia del viaje a Polonia, no estoy “atacado” de los nervios. Para ser sincero, algo de cosquilleo sí que tengo en el estómago, pero hay algo superior a todo, algo que se sobrepone a lo que sea. Vamos a por nuestra hija y la fuerza de ese amor no conoce límites, así que subimos como campeones al avión, nos aposentamos en nuestros asientos de Barbie china (es decir, talla XXS) y esperamos pacientemente a que el avión comience a rodar por la pista para romper a llorar de nuevo como niños. Lo hemos logrado. Nos vamos a por LY.
El despegue, limpio y sin problema alguno. Una vez arriba (a 39.000 pies del suelo, algo más de 11.000 metros y volando a cerca de 1.000 km/h) empieza la fiesta: camareras chinas de talla “Zara niños” van pasando con sus carritos por el pasillo (de la misma talla, por cierto) y nos van trayendo de forma reiterada bebida y comida. Aquí hago mis primeros pinitos con el chino: pudiendo pedir “cold wáter” como todo hijo de vecino, se me ocurre pedir “bing shuí” (agua fría) para ambos. La chica asiente obedientemente y acabamos con un hermoso té caliente y sin azúcar entre nuestras manos. Empezamos bien, pienso para mis adentros, aunque debo también confirmaros que se dice así (pronunciado “ping shuei”) y que la siguiente vez lo entendió perfectamente, jijiji
Las horas van pasando lentamente mientras nosotros hacemos nuestro pequeño ritual aeronáutico para viajes de más de 30 minutos: ejercicios de manos, tobillos, pies, piernas y espalda para evitar el síndrome de la clase turista mientras jugamos a la consola, vemos una peli de José Mota (“La chispa de la vida”, la única del catálogo en español, por cierto…) y nos damos paseos por el avión (de lado, no como los chinos que van de frente porque cabrían hasta dos de ellos a lo ancho) para ir hasta la cola y encontrarnos allí con S. (que va dos filas delante de nosotros) y charrar de cuando en cuando.
Quitando unas pequeñas turbulencias de no más de 30 minutos de duración a la altura de Moscú, el viaje transcurre con normalidad. Eso sí: las horas se hacen interminables. No podemos dormir (por el cosquilleo del estómago, que sigue ahí, por los asientos de la “señorita pepis” y por la excitación ante el viaje que estamos marcándonos y lo que se avecina), así que seguro que acabamos con un jet-lag de-que-te-cagas…
A las 22:30 hora española acabamos viendo la ansiada pantalla en nuestros monitores:
¡Estamos a punto de lograrlo! Sólo queda la segunda parte peligrosa del viaje el aterri… ¡leches! ¡si ya hemos aterrizado, casi sin enterarnos! Lo que oís: un aterrizaje suavísimo en el cuarto nivel del aeropuerto de Beijing. Cuarto nivel porque tiene plataformas de aterrizaje a cuatro alturas diferentes, con autopistas que pasan por debajo y demás… Impresionante donde lo haya, oiga…
Desembarcamos, nuevo control de pasaportes, fotografía de entrada en el país hecha en el acto y documentación de dónde vamos, cuándo volvemos y dónde nos alojamos entregada (que digo yo que para eso podrían ponernos una cámara en salva sea la zona y se ahorraban el curro, pero en fin…). Todo Beijing está envuelto en lo que parece una densa niebla que luego, según nos cuentan, es la mezcla de la niebla con la contaminación de una ciudad de 20 millones de habitantes. ¡Hasta dentro de la terminal del aeropuerto hay niebla!
Vemos pasar un batallón de limpieza uniformado y casi diríase que marcando el paso en plan marcial, mocho de fregar en ristre. Sacaríamos la cámara para grabarlo si no fuera porque sospechamos que, en el mejor de los casos, nos deportarían por tan grave ofensa a la patria y al partido…
Ahora sólo queda recoger las maletas. ¿Pero dónde? Seguimos constantemente los carteles hasta que llegamos a un andén. Sí, sí, un andén. Cada tres minutos pasa un trenecito que te acerca hasta la zona de recogida de equipaje. Un viaje de 8 minutos para alucinar, ¡¡¿¿Pero qué tamaño tiene esta terminal??!!
Al final conseguimos recoger nuestras maletas a las 23:30 hora española, por lo que, por ahora, ha salido todo bien. Siguiente paso: viajar a Jinan… pero eso será el día 3 (vaaale, realmente es justo a continuación de la recogida de las maletas, pero es que, con el cambio de huso horario… ya estamos en el día 3 y ¡se merece una entrada en el blog para él solito!). Hasta el día 3 pues.
jJAJAJAJAJAA, jjajajaja, amigossssssssss, cómo mola seguiros aunque llegue con retraso. Esta mañana os hemos recogido y hasta hoy no os he podido leer. Hubiéramos pagado por recibir estas noticias en directo pero la censura china no lo permitió. Al menos tuvimos la suerte de poder charlar varios días y nuestra espera fue mucho menos dolorosa. Besotes... sigo leyendo.
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