31 de marzo de 2013

Día 12. 25 de Marzo. Visado para LY y visita a Tian’anmen.

Esta mañana ha comenzado algo diferente a las demás. Por primera vez durante estos días me he separado a la hora del desayuno de Susana y LY para acercarme con nuestra guía de adopción a tramitar la solicitud del visado para la salida de China y entrada en España de LY.

Me he sentido muy raro yendo sólo en el autobús. Durante los tres cuartos de hora que ha durado la escapada he echado mucho de menos a mis tesoros... En fin, por suerte ha sido poco tiempo.

Una vez realizados los trámites consulares, la guía se ha marchado con la otra familia a hacer una excursión programada al Palacio de Verano, residencia estival del Emperador. Nosotros tenemos otros planes: si LY se encuentra bien, nos acercaremos con un taxi a Tian'anmen. Allí puede que nos encontremos con nuestra amiga murciana S. y su encantadora guía y quizás les acompañemos un ratito...

Tras recoger a Susana y a LY en el hotel, pedimos un taxi en recepción y le explicamos al botones que queremos ir a Tian'anmen para que se lo diga al taxista. Dicho y hecho. En menos de dos euros y medio estamos plantados en el acceso al recinto de la Ciudad Prohibida que está frente a la plaza de Tian'anmen, con su monumento a Mao Zedong:


 


Los guardias del Partido que hay a la entrada mantienen un aspecto serio que verdaderamente impone, pero este halo de seriedad se pierde en parte al acceder al recinto, con cientos de vendedores ambulantes con mil cachivaches a la venta: desde sombreritos ridículos hasta libros de recuerdo de Tian'anmen y la Ciudad Prohibida. Te persiguen en cuanto te ven extranjero con ánimo de adelantarse al resto de sus competidores y conseguir ser ellos los que te vendan la baratija... Un poco agobiante, la verdad. Menos mal que el "bù shi, xiexie" (no, gracias) dicho serio acaba funcionando en la mayoría de los casos y te dejan en paz.

Remoloneamos un poco por el recinto al cual hemos accedido y compramos algún recuerdo en uno de los puestos ambulantes (regateando, cómo no, hasta que en un perfecto inglés me suelta que le estoy "ofendiendo" con lo que le ofrezco...) hasta que de repente nos llama la atención una pequeña aglomeración de gente alrededor de algo parecido a una pista de deporte. Nos acercamos con curiosidad y observamos que se está produciendo el cambio de guardia. El grupo de militares salientes ha dejado sus zapatos y botas perfectamente alineados en una zona concreta (en la foto frente a la caseta roja, a su izquierda) y realizan la maniobra de salida de forma sincronizada y con aire marcial:





Mientras sacamos unas fotos y videos de este acto militar, una ancianita se acerca a LY y le hace entrega de una banderita de plástico con la bandera china, marchándose inmediatamente sin mediar palabra. Desconocemos el motivo por el cual lo ha hecho, pero nos genera algo de inquietud: podría tratarse únicamente de que la nena le ha caído en gracia y le ha regalado la banderita o bien, pensando mal, podrían estar marcándonos para gente menos bienintencionada como "turistas atracables"... En fin, que nos genera un cierto nerviosismo y durante unos minutos nos quedamos indecisos cerca del puesto de guardia hasta decidir si nos marchamos o seguimos la visita. Finalmente y vista la cantidad de guardia que ronda el lugar, decidimos continuar el tour pero llevando especial cuidado y atención a LY y a nuestras pertenencias...

Unos metros más adelante hay un cartel con un plano de Tian'anmen que nos sirve para ubicarnos:

 
Según el plano, hemos entrado cruzando el Golden Bridge para salvar el foso que protege la Ciudad Prohibida. Tras pasar por la puerta de Tian'anmen (donde estaba la imagen de Mao del principio), hemos accedido a Duanmen, donde hemos visto el cambio de guardia. Por tanto, frente a nosotros debe estar la entrada a la Ciudad Prohibida. Bueno, pues ya que estamos aquí, vamos a verla ¿no?

Nos acercamos hasta una verja metálica que nos impide el acceso a la puerta de entrada de la Ciudad Prohibida. En esta verja hay un cartel que reza "Abierto todos los días del año" y un horario:

 
Estamos dentro del horario, pero la zona de compra de tickets se encuentra cerrada, la verja que nos impide el paso instalada y no hay nadie entrando o saliendo por la puerta... ¡Qué raro! Vemos a una chica joven preguntando a un señor de mantenimiento y, como suponemos que está haciéndose la misma pregunta que nosotros, la interrogamos por el tema. Con cara algo tristona nos indica que hoy es festivo aquí y que por tanto está cerrado. ¡Pues vaya con el abierto "todos los días del año"! Esto es como un 24 horas que cierra por las noches... En fin, nos conformaremos con sacarnos unas fotos de recuerdo frente a la puerta de acceso:


 
Decidimos que ya no hay mucho más para ver por aquí (y que seguimos algo inquietos con el tema de la banderita, que Susana se había planteado hasta tirarla a la basura hasta que la he hecho notar que podría ser de muy mala educación y sentarles muy mal que extranjeros arrojen su bandera a la papelera...), así que nos dirigimos al exterior para visitar la ignominiosa Plaza de Tian'anmen, que está cruzando la avenida por la que hemos entrado.

Al salir, vemos más guardias del régimen haciendo una especie de "prácticas" con novatos o aspirantes a guardias, desfilando entre la gente marcando el paso:


Cruzamos la avenida por un paso subterráneo (con más gente vendiendo recuerdos en él), pasamos un control de seguridad y detector de metales y, por fin, accedemos a la plaza. No hay nada especial para ver en ella: la bandera nacional China ondea a la entrada, presidiendo la misma frente al "Monumento a los Héroes del Pueblo" (que no sabemos si se refieren a los manifestantes que murieron o a los militares que reprimieron la revuelta) y con el Mausoleo de Mao Zedong al fondo.

La plaza no nos llama especialmente la atención salvo por su inmenso tamaño y los hechos acaecidos en ella no nos generan tranquilidad alguna. Es una sensación parecida a la que vivimos en el bunker de Hitler en nuestro viaje por Polonia, una sensación algo asfixiante de sucesos horrendos del pasado, por lo que decidimos que no es el mejor lugar para estar con nuestra hija.

Abandonamos la plaza por un lateral, compramos unos cuantos recuerdos para familia y amigos en tiendas ubicadas frente a la plaza y nos encaminamos decididos a coger un taxi para regresar al hotel. No hemos podido ver a nuestra amiga S. porque tenían un horario concreto de visita y además sigue encontrándose mal, así que dejamos nuestro encuentro para otro momento.

Ya en el hotel comemos algo y, tras mandar unos mensajes, nos echamos la siesta. Por hoy hemos tenido suficientes emociones, así que cuando nos levantamos jugamos un rato con LY y acabamos el día cenando algo de comida basura del McDonalds, deseando llegar a España para comer un buen hervido o tortilla de patatas. Ya queda menos. Mañana, último día en China. ¡Qué ganas de volver de esta gran aventura!

29 de marzo de 2013

Día 11. 24 de Marzo. La Gran Muralla


Hoy toca visita a la Gran Muralla. Realmente tenemos mucha curiosidad por visitarla, pues parece que venir a China y no verla es como ir a Granada y no visitar la Alhambra... Hemos quedado a las nueve en el hall del hotel con la otra familia y nuestra guía para ir en un minibús hasta el paso que queremos visitar, a unos 60 Km de Beijing.
Salimos bastante puntuales y nos encaminamos a nuestra parada “obligatoria” de camino a la Gran Muralla: un taller donde se nos muestra cómo es el cultivo de las perlas de ostras de agua dulce, se puede ver a diferentes trabajadoras engarzándolas y hay un montón de mostradores con collares, pendientes, pulseras y joyas de todo tipo con perlas:


Nuestra guía está obligada a detenerse allí cada vez que hace la visita a la Gran Muralla, pues el partido se lo exige a las agencias de viajes. Parada mínima dentro de la tienda de quince minutos para que le sellen un cupón que acreditará ante la agencia de viajes que ha hecho los deberes con nosotros, intentando que compremos y consumamos en las tiendas del régimen… Cosas del comunismo.
Tras nuestra “visita” al taller, seguimos viaje hasta el paso de la Gran Muralla que vamos a visitar. La montaña aparece nevada en las zonas de umbría y la guía nos comenta que el pasado 16 de Marzo nevó en Beijing y que aún hay zonas en las que la nieve aguanta. Me temo que va a hacer fresquito, jejeje…
Llegamos con el autobús a nuestro destino y al bajar ya podemos intuir la magnitud de esta obra colosal. Más de ocho mil kilómetros de muralla a todo lo largo y ancho de China gracias al esfuerzo de muchísimos esclavos y reos que se dejaron la vida intentando terminarla en un empeño de talla faraónica.
Con los pelos como escarpias, nos acercamos a la entrada. Pasamos por el detector de metales y rayos X (aquí son ya casi tan comunes como los McDonalds) y accedemos por fin a la puerta principal de entrada:
Una vez atravesamos la puerta vemos dos accesos con carteles que lanzan en chino y en inglés dos advertencias: “Entrance to climb the Great Wall” (entrada para “escalar” la Gran Muralla) y “If you have heart or brain disease, please climb the Great Wall according to your capabilities” (si Ud.tiene algún problema cerebral o de corazón, por favor, escale la Gran Muralla de acuerdo a sus capacidades). Vamos, que la subida debe ser de aúpa, ¿no creéis? Pues efectivamente: la pendiente y el desgaste de los escalones de la muralla, horadados durante milenios, dan verdadero pánico:

La guía, durante el trayecto, nos había comentado que Mao Zedong dijo "Quien no ha subido a la Gran Muralla no es un hombre de verdad". Lo bueno del asunto es que no indicó la altura a la que había que subir, así que… En cualquier caso, si me tengo que quedar en “medio gallina” no me importa, pero yo no subo ahí arriba ni de lejos:
 Nos sacamos unas cuantas fotos en la plataforma de acceso desde donde obtenemos una vista de los diferentes pasos y la subida a la montaña. El espectáculo es grandioso, pero no apto para gente de peso superior al pluma y con una niña a cuestas:

Decidimos subir un tramo únicamente, para que no se diga. Cuando pasamos a la zona llana del tramo, descubrimos los restos de otra curiosidad que nos contó la guía de camino: A las nueve de la noche de septiembre de 1999, se casaron a la vez mil parejas en esta muralla, cerrando otros tantos candados sobre los barrotes de los pasamanos y arrojando sus llaves a la montaña. Por un lado, el 9 simboliza para ellos el mayor número posible (por encima de él ya son combinaciones de números en los que el mayor de ellos siempre será el 9), por lo que hacerlo en la hora 9 del mes 9 del 99 era muy especial. Por otro lado, al cerrar los candados y arrojar las llaves simbolizaban que su amor sería irrompible, pues para poder separarse tendrían que encontrar la llave que abría su candado, lo que evidentemente sería imposible. Aquí vemos uno de ellos de muestra:
Cuando alcanzamos el paso que nos habíamos marcado como objetivo nos damos cuenta de que seguir ascendiendo es absurdo. Por un lado hace viento y es un viento frío de mil demonios por culpa de la nieve de la montaña. Esto a LY no le viene nada bien para su catarro (¡ni a nosotros!). Por otro, bajar con una niña en una bandolera es peligroso, pues los escalones son irregulares y están muy desgastados. Además, nos encontramos de forma casual con nuestra querida amiga S. y su guía. Ya han llegado también a Beijing y nos juntamos un ratito. Ella lo está pasando mal estos días por culpa de fiebres y catarros varios, así que no la conviene tampoco estar aquí mucho rato.
Descendemos juntos hacia la zona de compras mientras charlamos animadamente y quedamos en intentar vernos estos días en Beijing. Nos despedimos y mientras ella se vuelve con su guía nosotros nos quedamos revisando los diferentes puestos para turistas que hay en la zona de tiendas. Sí, lo sabemos, son para “guiris”, pero… ¡estamos en la Gran Muralla! Si no lo compramos aquí, ¿dónde lo vamos a comprar?
En estas estamos cuando de repente nos llama muchísimo la atención un artista (no tiene otro nombre) que realiza grabados con la técnica del puntillismo sobre granito. Lo habíamos visto hecho con ordenador y láser, pero este hombre… ¡lo hace a mano! Un pequeño cincel y un martillo es todo lo que necesita. Además, tiene un gran don de gentes, habla inglés y chapurrea el español. Cuando encima ve nuestros esfuerzos por hablar en chino se crea un feeling especial y nos entendemos a la perfección. Echamos un vistazo a sus obras, elegimos un par de ellas que nos han encantado y, tras regatear amistosamente, nos inscribe los nombres que le pedimos, la fecha de hoy y su firma particular en las piedras:
No tenemos ni idea de cómo vamos a llevar esto sin que se nos rompa porque además de frágil pesa una barbaridad, pero creo que merece la pena intentarlo…
Por fin, tras grabarle en video mientras esculpe los nombres en la piedra y sacarnos unas fotos con él, seguimos avanzando en la zona de tiendas en dirección a la salida.
Antes de terminar nuestra visita, nos detenemos en un pequeño templo que está ubicado a la entrada y que nos había llamado la atención. Se trata de un templo taoísta donde tienen un gran incensario a la entrada y un chico joven espera a los visitantes:

Algunos dirán que se trata de un “sacadineros” más de este gran negocio y realmente podría ser así, pero el chico que hay a la entrada habla inglés a la perfección y transmite una gran paz durante nuestra charla, así que nos dejamos llevar a ver qué pasa. Nos cuenta que, según sus creencias, realizan plegarias para proteger a seres queridos o sanar a personas enfermas. Nos invita a pasar al interior del templo y hablar con su maestro que se encuentra en un lateral del pequeño edificio. Nos miramos y decidimos entrar y conocerle.
El maestro se encuentra en una zona austera, en un lateral del templo. También transmite muchísima paz interior al hablar, pues habla con una voz queda y calmada. Aunque habla algo de inglés, su alumno nos va traduciendo lo que nos dice o nos pregunta. Al preguntarnos qué buscamos en el templo nos miramos. Ambos deseamos lo mismo y se lo decimos directamente: buscamos que nuestra pequeña, recién adoptada, tenga una vida larga y feliz. Ese es nuestro único deseo.
Nos pregunta por el nombre que va a tener la niña. Cuando se lo decimos y le comentamos que vamos a mantener también su nombre chino porque creemos que sus orígenes deben acompañarla siempre, que no queremos que olvide nunca quién es y de dónde viene y que respetamos su cultura y sus tradiciones se sorprenden y nos dan las gracias con una sinceridad que nos llega al alma. Nos dicen que somos buenas personas, que lo saben y que se lo transmitimos. Que rezarán diariamente por la pequeña LY durante un año entero para conseguir el favor de sus divinidades y la protección de nuestra hija.
Nos cuentan que viven de los donativos, así que es lo único que piden. Al preguntarle al alumno por la cuantía del mismo, nos piden menos de un yuan por día de plegaria. Una miseria en comparación con lo que nos ofrecen. Aceptamos y nos hacen entrega de dos cosas: una especie de colgante donde debemos inscribir el nombre de nuestra hija y su fecha de nacimiento y una bolsita en un sobre cerrado de plástico. El colgante es para dejarlo colgado en el templo donde se realizarán las plegarias. La bolsita, nos indican, debemos llevarla sin abrir hasta llegar a casa. Una vez allí, nos debemos lavar bien las manos, ir a la habitación de la nena y depositarlo cerca de la zona donde dormirá.
Nos levantamos dándole las gracias de forma reverencial al maestro y me indican que he de arrodillarme frente a la estatua de su divinidad a rezar. Me dicen que debo pedir en ese momento aquello que deseo para nuestra hija, la protección y la felicidad en su vida. Me arrodillo, cierro los ojos y mientras realizo mis peticiones suena tres veces el repique en un cuenco de metal. La paz mientras escucho los ecos de cada golpe en el cuenco inunda mi cuerpo, relajándome. Es una sensación nueva, profunda. Puede que sea la sugestión, el sitio, el momento emocional… no lo sé, pero salgo de allí casi lloroso y feliz de haber entrado. El alumno nos acompaña hasta la salida y se despide amigablemente de nosotros, diciéndonos que estará muy contento el día que nos vuelva a ver en el futuro, siendo él ya mayor y habiendo crecido nuestra hija feliz con nosotros. Mientras tanto, nos despide con una reverencia y el deseo de que tengamos un buen viaje de vuelta a nuestro país. Una experiencia realmente espectacular.
Regresamos a nuestro autobús felices, con nuestros regalos bajo el brazo, inundados de cultura china y de paz. Quizás nuestros improvisados compañeros de viaje no entiendan el motivo, pero nosotros lo sabemos y nos apretamos las manos mientras dejamos la Gran Muralla. Al final, ha resultado ser una visita muy bonita e intensa. Una experiencia altamente recomendable.
De aquí nos llevan a comer (tenemos la comida en un buffet cercano incluida en la excursión). El buffet, en realidad, es otra tienda del partido “camuflada”: para llegar hasta la zona de comer hay que atravesar un taller de artesanía donde se realizan jarrones chinos tradicionales y una zona posterior donde se venden de todos los tamaños, formas y colores. La comida, como era de esperar, bastante cutre. Pero a estas alturas ya no somos remilgados y comemos aquello que tiene un aspecto decente hasta calmar el hambre…
Volvemos al hotel en un viaje realmente insufrible: casi hora y media de autobús conduciendo al estilo chino (es decir, en plan suicida esquivando obstáculos) y pegando frenazos y acelerones en el atasco a la entrada a la ciudad de Beijing. Pese a todo sigue habiendo merecido la pena.
Nos echamos la siesta con LY en nuestra habitación y al despertarnos ya es de noche. Pensamos que podría venirnos bien volver a tomar algo de comida “occidental”, así que decido acercarme a un Pizza Hut. La guía nos había comentado por la mañana que cerca de nuestro hotel había uno, así que dicho y hecho. Bajo a recepción, pregunto en inglés por la localización del restaurante y, tras unas breves indicaciones y apuntarme el nombre de la calle donde se encuentra en una tarjeta del hotel (por si me pierdo), me dirijo hacia la zona indicada con paso decidido.
Voy caminando por una calle bastante ancha donde habíamos visto un pequeño parque con una estructura metálica al venir con el bus. Ahora se ha convertido en un improvisado escenario para la práctica del taichí: un par de altavoces con música relajante y un grupo totalmente heterogéneo de gente practicando taichí al unísono en mitad de la calle, a las nueve de la noche y con tres o cuatro grados de temperatura. China me sigue impactando y emocionando a cada paso que doy…
Unos metros después me para una chica por la calle. Tiene aspecto de universitaria (no llegará a los 27-28 años) y habla un inglés casi perfecto. Me dice que tiene hambre y que no tiene trabajo, por lo que me estaría muy agradecida si la pudiera ayudar a cenar hoy. Me deja estupefacto, pero saco 20 yuanes de la cartera y se los entrego sin dudar. Cuando se los guarda, me da las gracias y me dice que también necesita ir a su casa. Ahí ya veo que no vamos bien y la indico que me resulta imposible ayudarla más. Su respuesta ya me hace flipar: “¿Y no hay ninguna forma de solucionarlo?”, mientras sonríe de forma pícara… ¡Creo que acabo de toparme con una prostituta ambulante! La devuelvo la sonrisa indicándola que lo siento pero resulta absolutamente imposible y se despide dándome las gracias… Os aseguro que me costó muchísimo salir de mi asombro.
El puñetero Pizza Hut no aparece y ya me he recorrido toda la avenida. Llevo más de veinte minutos andando, he visto gente vestida de todas las formas imaginables (desde una mujer vestida  de Prada hasta un chico joven con sandalias, pantalón corto y sin calcetines (¡a tres grados!), me ha parado una prostituta ambulante y he pasado delante de gente haciendo taichí en plena calle... Empiezo a pensar que todo esto es un poco locura justo en el momento en el que veo una pizzería tailandesa. “Pues mira, esto es lo que hay” pienso para mis adentros, así que me meto en el edificio con algo de recelo. La planta baja está desierta salvo un banco que está abierto 24 horas (hay un oficinista medio dormido y dos guardias de seguridad custodiándole) y unas escaleras mecánicas. Subo por ellas y llego a la entreplanta, donde veo un restaurante. Entro en él suponiendo que sería el que se anunciaba fuera (parecía estar a esta altura), pero en la carta no hay ni rastro de pizzas y no hablan inglés…
Como hay más escaleras mecánicas, sigo subiendo. ¡Bingo! En la siguiente planta está la pizzería. En ella hay mucha luz, se ve todo bastante limpio y hay gente cenando, así que no debe estar tan mal. Pido unas pizzas y me dispongo a esperar. Mientras tanto, me han servido en la mesa donde espero un vaso de una bebida efervescente de color verde fluorescente. Evidentemente, ni se me ocurre probarla, que ya llevo demasiadas emociones fuertes últimamente…
Al cabo de una media hora de espera (¡!) veo salir de la cocina a todos los camareros y cocineros con tuppers. Se sientan en las mesas de los clientes y se ponen a cenar. No puede ser. Esto no puede estar ocurriendo. No, no, no… China es un país muuuy peculiar…
Al fin, casi cuarenta minutos después de pagar, me sirven el pedido. Lo recojo y vuelvo a toda prisa al hotel, que Susana debe estar flipando por lo que estoy tardando. De vuelta me interpela otra chica con el mismo cuento que la primera. Como ya he aprendido la lección la doy las gracias y rechazo su pregunta diciéndola que ya he estado con una compañera suya hoy. Fin del problema. Definitivamente esta es una de las noches más extrañas de mi vida…
Llego al hotel y me encierro en la habitación con Susana y LY para cenar. Qué alegría ver a mis dos preciosidades al fin. Creo que no me volveré a aventurar por aquí yo solo y de noche, que al final he acabado agobiándome un poco...
Después de la cena nos acostamos, pero yo no puedo dormir. Quizás sean las emociones de la salida nocturna, quizás la Pepsi que me he bebido durante la cena, pero no consigo conciliar el sueño hasta las cinco de la mañana (y me tengo que levantar a las 7:15…). Mañana voy a estar que me caigo. En fin, menos mal que no tenemos más obligaciones que la de acompañar a la guía a primera hora al consulado a tramitar la legalización de las actas notariales de adopción. Ya quedan menos fuerzas, pero también va quedando menos tiempo para volver con nuestra gente… ¡qué ganas!



25 de marzo de 2013

Día 10. 23 de Marzo. Jinan – Beijing.

Esta noche ha sido muy extraña. Yo he dormido de tirón desde que nos acostamos con la nena (a eso de las nueve y media) hasta las tres y cuarto de la mañana, hora en la que me he levantado y, aprovechando que no tenía más sueño, he actualizado el diario de viaje. Susana en cambio no ha podido dormir hasta aproximadamente esa hora, pero cuando yo me he levantado, ella se ha quedado “roque” y ha dormido de tirón el resto de la noche. Supongo que el tute de estos días y el viaje de hoy a Beijing nos tiene algo trastocados a todos.


La mañana ha amanecido en Jinan como siempre: gris y fea. Desde luego, vivir aquí tiene que ser un suplicio (chino) si hace siempre este tiempo. Cuanto más salgo al extranjero, más me encanta mi precioso país. Con razón los turistas que vienen a pasar unos días en España acaban disfrutando aquí de su jubilación…



Habíamos puesto los despertadores a las 6:30, pero vista la nochecita que ha pasado la pobre Susana he decidido retrasarlos hasta las 7:30. Total, nosotros somos de hacer la maleta en media hora, así que creo que aún nos sobrará tiempo y todo.

Cuando termino de actualizar el diario aún me queda un ratito hasta que suenen los móviles para despertar a mis dos amores, así que me quedo embobado mirando por la ventana de la habitación. La vista de Jinan, pese a ser fea y gris, me resulta agradable. Aquí hemos conocido a nuestra hija, hemos vivido con ella estos primeros días y hemos sentido la emoción incontenible de desenredar nuestro hilo, que en este caso no es rojo sino verde. Este lugar siempre va a tener un sitio especial en mi corazón, así que por feo y sucio que sea, me da algo de pena no volver a verlo (o sí, ¿quién sabe? La vida da muchas vueltas…)

A la hora programada suena el despertador del móvil. Comienza nuestro día de regreso a Beijing. Empezamos como todas las mañanas: leche calentita para nuestro tesoro, que nada más levantarse nos regala su sonrisa, cambio de pañal y vestimenta y, tras asearnos todos, a desayunar al buffet del hotel. Hoy LY no tiene demasiada hambre (yo creo que nota nuestro nerviosismo por el viaje, las maletas, el cambio de hotel…) y está algo apagada, aunque poco a poco se irá recuperando a lo largo del día.

Subimos de nuevo a la habitación y terminamos de hacer las maletas. No me había equivocado con el pronóstico: acabamos casi media hora antes de que llegue el chico para recoger las maletas, jejeje… A las once menos diez se presenta el “maletero” para ayudarnos a bajar el (pesado) equipaje y nos encontramos en el hall a S., puesta a punto para subir al coche y dirigirnos a la estación. Recuerdo que la llamamos hace un par de días, por lo que imagino que debo saldar alguna cuenta en el hotel antes de irnos. Se lo comento a la guía y me acompaña para aclarar el tema. En el mostrador, me pregunta si hemos cogido el mapa de la habitación… ¡Pues claro! En España los mapas son cortesía del hotel para los visitantes, la contesto. Pues aquí no. Aquí cuestan 5 yuanes. ¡Con razón me ponían caras raras cada vez que les pedíamos un mapa en la recepción y nos lo llevábamos sin pagar! Pues nada, le digo que en total hemos cogido tres mapas (dos en la recepción y uno en la habitación), saldo la cuenta (que no llega a tres euros y medio, pero hay que ser honrados en la vida) y nos vamos al coche por fin.

De nuevo el trayecto del hotel a la estación acaba con un colocón de aúpa, pero al fin llegamos a la puerta (no sin antes esquivar varios coches, pegar cinco o seis frenazos, evitar un accidente que había en la carretera de salida de la autovía y estar a punto de atropellar a media docena de ciclistas y peatones). S. nos indica que va a comprar los tickets del tren y que pasemos mientras tanto el control de seguridad. Sale corriendo (para variar) y nos quedamos allí solos, con tres maletas, una niña, un carrito lleno hasta los topes y un mareo del catorce. Nos miramos con la cara de “ya estamos otra vez…” y nos resignamos a pasar el arco detector de metales y los rayos X. Pero esta vez la cosa cambia: la gente enseña algo a la guardia de seguridad para poder pasar. Como mi nivel de chino es entre nulo y elemental, me dirijo en inglés a la señorita para preguntarla si necesita ver nuestros pasaportes. Nos hace un gesto como diciendo que no y arrastro las maletas hasta donde ella se encuentra mientras decenas de chinos me esquivan para pasar antes (son expertos en el arte de colarse, por cierto). Cuando llego a su altura me para y me pide algo. Al ver que no la entiendo me lo enseña… ¡necesita el ticket del tren! Podéis imaginaros la de cosas que me pasaron por la cabeza relacionadas con nuestra guía (sí, todas malsonantes e irreproducibles aquí…). Cada vez me convenzo más de que no sabe nada de nada.

Puestas así las cosas, vuelvo a sacar las maletas de la cola, las dejo donde está Susana esperando y me voy a buscar a la guía (no sea que entre por otra entrada y nos quiera buscar dentro de la estación). La localizo en una máquina expendedora de tickets sacando el suyo. La cuento lo ocurrido y suelta únicamente un “ah, es verdad”. Ni disculpas ni explicaciones. Vamos, lo típico en ella…

Para sacar su ticket debe poner su DNI chino encima de un lector de códigos QR que, evidentemente, no funciona con nuestros pasaportes. Así que, pese a intentar ahorrar tiempo usando la maquinita de marras, le toca finalmente hacer una cola kilométrica con nuestros pasaportes para sacar los billetes… Pues mira hija, te esperamos juntos en el control de acceso, ¿OK? Uff, esta señora empieza a sacarme de mis casillas…

Conseguimos acceder a la estación, aunque paran a Susana en la entrada por llevar un cuchillo en la bolsa de mano. Es el que usamos para untar el pan y mondar las manzanas de LY, romo completamente y casi sin filo, así que tras sacar todo lo de la bolsa y mostrar que son cosas de bebé, nos dejan continuar. Llegamos a la zona de acceso y cambiamos a la niña (que ha hecho “sus cositas” y no huele a flores precisamente) delante de todo el mundo sin ningún tipo de pudor. La guía no parece estar muy de acuerdo, pero sinceramente nos da igual: el aseo está en la quinta puñeta y aquí no brillan por su limpieza precisamente, así que preferimos usar la sillita donde la llevamos sentada como cambiador improvisado. Finalmente y siguiendo indicaciones de S., dejo el pañal usado en el contenedor de “para reciclar”. Verás la sorpresa que se van a llevar cuando intenten reciclar el “eau de rosas” que hay dentro del paquete-regalo, verás…

Bajamos en el ascensor al andén y la guía se pone a buscar la zona donde parará nuestro vagón. Aquí solo tenemos dos minutos para subir a un tren de más de 24 vagones de largo, así que si nos equivocamos de sitio la hemos liado. La vemos preguntar a unos y a otros, mirar las marcas del suelo y comparar los números con los de nuestros billetes, discutir con un encargado de la estación… Vamos, hacer otra de las suyas del tipo “no-tengo-ni-idea-y-no-quiero-reconocerlo”. Me tiene negro. La advierto que si no para el vagón correcto delante nuestro, me da igual. No pienso recorrer otra vez varios vagones cargado con las maletas, así que me quedo de pie si es necesario…

Por suerte, en esta ocasión ha acertado y nuestro vagón para justo frente a nosotros. El tren bala está genial y los asientos son muy cómodos:





Susana se pone algo melancólica al pensar que estamos sacando a nuestra hija de su provincia natal y que probablemente tardará muchos años (si es que alguna vez lo hace) en volver a pisar esta tierra. No dejaba de darle vueltas al cambio de vida tan enorme que le supone a la peque la salida de su país, el viaje en tren, en avión, el cambio de alimentación, de costumbres, no ver nunca más a sus cuidadoras y la gente que la rodeó durante sus primeros meses de vida… y sin embargo observar que nos regala sus sonrisas de forma reiterada. Un bombón.

Nos traen unos regalitos (algo de bebida de naranja tipo Tang pero con imitación de pulpa de naranja por en medio, que por cierto le encantó a LY, y unas chucherías) y nos relajamos durante la hora y media de trayecto.

Al fin llegamos a Beijing, que hoy parece que tiene menos polución que cuando llegamos (¿o será que nos hemos acostumbrado ya? No sé, no sé…) y la guía nos dirige corriendo hacia las escaleras mecánicas. Definitivamente esta tía está mal de la cabeza. Nos negamos rotundamente a subir con tres maletas, un carro y una niña pequeña por las escaleras llenas de chinos y la obligamos a buscar el ascensor. Cuando por fin lo encuentra (que lo vio Susana) y estamos a punto de entrar, un grupo de chinos uniformados nos pegan la bronca: es sólo para trabajadores de la estación. El ascensor de usuarios está más adelante. Dios, no da una… Encima es una maleducada: soy yo el que tiene que acabar disculpándose, pues ella no dice ni media. En fin, de donde no hay no se puede sacar.

Subimos a la estación por el ascensor y la zona a la que acabamos accediendo no tiene salida. S. pregunta a una de las policías que le indica que debemos entrar a la estación (pasando por los controles de seguridad nuevamente) para luego volver a salir. Estos chinos están fatal, pero fatal fatal. Encima la guía se enzarza en una acalorada discusión con la policía. ¿Pero es que no ves que ya te ha dicho lo que hay y que no se va a saltar los controles por tu cara bonita? Madre mía, que calentito me voy poniendo por momentos…

Hacemos la cola de siempre, pasamos los controles (esta vez ni siquiera han preguntado por el cuchillo) y la guía se pone a buscar la salida. Vista su incompetencia absoluta para desenvolverse en situaciones desconocidas para ella (más tarde acabaría reconociendo que casi nunca ha tenido que venir a la estación de tren porque todo el mundo se desplaza en avión), me toca tomar la iniciativa, adelantarme unos metros y mirar el cartel donde pone claramente dónde se encuentran ubicadas las salidas. Se lo digo y ni contestar. “Uno dos y tres, cuatro cinco y seis, yo me calmaré, todos lo veréis” me repito cual mantra para evitar soltarla una barbaridad… Es una lástima que el viaje de nuestras vidas, un viaje que recordaremos para siempre, tenga también una parte algo más oscura debido a que nuestra guía no sabe moverse de forma adecuada y, lo que es peor, que no muestra especial interés por nosotros (tres días sin llamarnos siquiera en Jinan lo demuestran). No sé, creo que debería haber más sensibilidad en su actitud, pues nosotros ya tenemos las emociones a flor de piel por lo que estamos viviendo y todo lo magnificamos, incluso las cosas más insignificantes…

Salimos del laberinto de la estación de Beijing al fin y allí está esperándonos el chófer. Esta vez se trata de un tío muy majete, campechano el hombre, que sube las maletas haciendo el gesto de “¿pero aquí qué lleváis? ¿piedras o qué?” y bromea como si fuera a cargar también la maleta del chino que está a sus espaldas… Jejeje, me ha caído bien el hombrecillo. Arranca y nos dirigimos a nuestro hotel. A la pregunta de cuánto tardamos aproximadamente nos responde S. con un “40 minutos. Atasco. Hora punta”. Genial… nuevo colocón a la vista.

Llegamos al fin al hotel, ya con ganas de dejar las maletas y comer algo (son más de las tres de la tarde), pero por el camino S. ha llamado a Air China para intentar reservarnos la cuna de viaje para la vuelta y le han dicho que debemos ir en persona a las oficinas, así que me temo que hoy toca ayunar. Acompaño a Susana a la habitación, dejamos las maletas y ella se queda con LY (que también necesita comer y descansar) mientras yo me voy con nuestra guía a coger el metro de Beijing en hora punta, sin comer y medio mareado. Esto se pone interesante…



Bajo al hall del hotel y está esperándome algo impaciente. Echa a andar a su ritmo, pero ¡ay amiga! Mi mala leche española está a punto de hacer su entrada en escena. No sabes con quién te metes: un padre enfurecido puede resultar más letal que McGyver con una navaja suiza… Me pongo a andar con ella, siguiéndola el ritmo y cuando se vuelve para ver dónde me he quedado la adelanto y la saludo sonriente. Pega un respingo. No esperaba que la siguiera a su velocidad. “Sin maletas yo también sé andar rápido”, la respondo con la mejor de mis sonrisas. España 1 – China 0.

Compramos el billete de metro (2 yuanes) y nos dirigimos a coger la primera de las líneas. Yo pensaba que había visto gente apiñada en un metro en Madrid, pero nada que ver con lo que hay aquí. ¡La cantidad de chinos que pueden caber en un vagón bien apiñaditos, oye! Increíble.

El metro arranca y entramos en el primer túnel. El convoy va rapidísimo, pero por la ventana estoy viendo un spot de Cocacola… ¿Cómo? Pues sí: todo el túnel, TODO, está repleto de pantallas LCD que, sincronizadas de forma milimétrica, te muestran spots publicitarios incluso mientras viajas en metro. Si no hay doscientas pantallas por cada lado en cada túnel no hay ninguna. La de dinero que debe costar esto, señor…

Tras cambiar de línea, llegamos al fin a las oficinas de Air China en Beijing. Nos atienden enseguida (hay más de cuarenta o cincuenta mostradores y no hay cola, así que al coger el número en la máquina expendedora somos los siguientes) y hablamos con un chico jovencito que, de forma súper eficiente, resuelve todas las dudas y problemas que le presentamos. Al salir de allí ya sabemos dónde nos vamos a sentar en el avión, que tenemos reservada y garantizada la cuna de viaje para LY, que Susana y yo viajamos sentados juntos y que a LY le prepararán un menú especial para niños menores de dos años. Genial. Esto sí es eficacia.

Regresamos al hotel con el mismo metro pero algo más relajados ya. La guía se va a quedar finalmente en nuestro mismo hotel, pues hay un grupo de turistas franceses que viaja con la misma agencia que nosotros y ya han reservado habitación para su guía, por lo que al día siguiente irá más holgada de tiempo y no tendrá que madrugar mucho para estar a las nueve en el hall.

Subo al fin a la habitación. Son casi las seis de la tarde y no he comido nada, pero la verdad es que casi no tengo ya ni hambre. Susana le ha dado hace rato de comer a la peque y está durmiendo cual angelote. Yo me quedo esperando la llamada de S. para saber en qué habitación se alojará (por si necesitamos algo de ella), de forma que al sonar el teléfono pueda coger rápido y no nos despierte a LY.

Al cabo de un rato nos tocan a la puerta con los nudillos. Se trata de una familia del país vasco que ha adoptado en otra provincia y con los que coincidiremos estos días aquí en Beijing. Se presentan, charlamos un rato (¡qué gusto da poder hablar con alguien en tu idioma que te entiende a la perfección y está viviendo la misma aventura que tú!) y nos dicen que están a cuatro habitaciones de nosotros, así que quedamos en bajar luego juntos a comprar algo de agua y cenar.

Por la noche, compramos el agua y unas cuantas botellas del “zumo” de naranja que nos han dado en el tren y tanto ha gustado a LY y nos vamos a cenar al sitio más socorrido donde se puede ir con niños sin tener que deambular por una ciudad desconocida: un McDonalds cercano al hotel. ¡Lástima que no esté preparado para carritos! Subimos las escaleras llevando Susana a la peque en brazos y yo el carro con la compra en la cestilla.

Cenamos tranquilamente y nos volvemos al hotel, rendidos, para acostarnos con la peque. Estos días hemos estado haciendo colecho con LY, que realmente lo necesitaba pues la única forma de que se quedara calmada era durmiendo entre los dos y agarrándonos con sus pequeñas manitas, pero por la noche se mueve cual rabo de lagartija y no estamos descansando bien. Hoy hemos decidido, con todo el dolor de nuestro corazón, hacer algo intermedio: se dormirá entre nosotros y, una vez dormida, la pasaremos a la cuna. La jugada sale bien y la niña no se despierta, por lo que al fin, desde que nos la entregaron, conseguimos dormir la noche sin patadas en la espalda o movimientos extraños a las tantas de la mañana. Ya veremos mañana cuando se despierte y se vea en la cuna cómo reacciona, pero realmente lo necesitamos.

Mañana toca visita a la Gran Muralla. La verdad es que LY está ya mejor y tiene que ser impresionante, así que haremos caso omiso del casi seguro mareo que vamos a coger en el microbús y nos aventuraremos a verla. Pero eso será mañana… ¡A dormir!



24 de marzo de 2013

Día 9. 22 de Marzo. El pasaporte, el hospital y el PizzaHut del PlayBoy

Hoy nos hemos levantado con el rabillo del ojo puesto en la fiebre de LY. Estos días están siendo una pequeña montaña rusa para ella, ahora destemplada, ahora normal, ahora con 37.5º de fiebre… El catarro la está pasando factura y la pobre no deja de sudar, pero nuestra querida familia nos tranquiliza diciéndonos que mientras no llegue a 38º no nos preocupemos demasiado y que es un proceso de garganta, sin más.


Tras nuestro querido desayuno en el buffet chino del hotel (empiezo a desear mi tostada con tomate, mi manzanilla y una tortilla de patatas más que nada en este mundo) nos volvemos a la habitación pensando en acercarnos al centro comercial a realizar algunas compras, pues el día ha salido gris y contaminado una vez más y LY no está para muchos trotes. Quedarnos en el hotel un día más tampoco nos atrae, así que la solución intermedia del centro comercial no parece mala…

En esas estamos cuando nos llaman al teléfono de la habitación. Es nuestra guía. Desdiciéndose una vez más de lo que nos había dicho en los días previos, nos comenta que es necesario que vayamos los tres con ella a comisaría para recoger el pasaporte de la niña. Entiendo que en esta provincia los trámites son complicados (ella misma ha definido Jinan como la ciudad que hace de “perro del gobierno central”, por lo exigente que es para la documentación), pero me empieza a parecer que S. no tiene mucha idea del terreno que pisa aquí, pues es su primera adopción en esta provincia… En fin, no nos queda otra, así que quedamos con ella a las once para irnos con un chófer a la comisaría.

Una vez allí nos esperamos unos minutos mientras ella va a realizar las gestiones pertinentes. La vemos ir a una ventanilla, a otra, discutir con un policía, llamar a otro que parece de más rango para comentar el tema… Al cabo de un ratito vuelve un poco indignada y nos indica que el pasaporte aún no está y no tiene todas consigo de que vaya a estar a lo largo de hoy (¡Dios mío! Me veo quedándonos aquí hasta el lunes o viniendo el lunes en tren bala a primera hora a recoger el puñetero pasaporte…). Como quiera que la comisaría cierra a las cuatro y media de la tarde y aún queda tiempo, prefiere esperar un poco a ver qué pasa. Ya les ha dicho que al solicitarlo pagamos 200 yuanes por tramitarlo por vía urgente (nos enseña la solicitud en la que así lo indica, en perfectos e ininteligibles caracteres chinos), así que espera que se solucione el tema por sí solo y, en caso contrario, hablará con el jefe de todos ellos para intentar resolverlo por la vía diplomática…

Toca esperar. Como ya la hemos comentado que la nena está bastante acatarrada y que la fiebre sube y baja de forma constante, nos dice de ir al hospital a que la vean. Al principio nos suena un poco exagerado, pero pensando en lo que nos queda por delante (cuatro días en Beijing más un viaje de doce horas y media de avión) quizás no sea tan mala idea confirmar lo que tiene la peque y ver si necesita tomarse algún medicamento, así que asentimos y nos dirigimos con un taxi al hospital. De camino, S. emite un pequeño sonido de sorpresa y se ríe: se ha olvidado de que el chófer aún nos está esperando a la salida de la comisaría (Dios, que cabeza tiene esta mujer… podríamos habernos ahorrado el incómodo taxi…). Le llama para avisarle y que se dirija al hospital donde vamos para esperarnos a la salida.

Tras diez o quince minutos de taxi llegamos al hospital. Es una especie de hospital universitario pero específico para niños, algo así como un hospital de pediatría.



Entramos con S. y la nena y lo primero que encontramos es una sala de espera inmensa con una enfermera típica (vestida de rosa y con cofia rosa a juego) que nos indica dónde dirigirnos. En la sala de espera se agolpan familias con niños que, sentados, miran una pantalla de alrededor de cinco metros de larga con películas de dibujos animados para amenizar la espera… Ese pantallón en España debe costar como media planta del hospital de San Juan, me digo para mis adentros mientras nos dirigimos a la siguiente ventanilla.

Otra enfermera habla con S. y le cuenta cómo funciona aquí el proceso: debemos soltar 200 yuanes de depósito que cargan en una tarjeta de prepago. De ella se irán descontando el coste de los diferentes servicios que nos presten y, si sobra dinero, nos lo devolverán al final del proceso. Ponerse malo aquí sale caro, pero debe ser la única forma de sostener un sistema sanitario en un país de tantos miles de millones de personas…

Tras pagar el depósito y obtener la tarjeta nos dirigimos a la zona de los pediatras. Cogemos número y aguardamos en otra sala de espera, en esta ocasión más pequeña, mientras vemos una pequeña pantalla con dibujos animados que van enseñando a los peques que no se debe fumar. Para ello, en el monitor se suceden una serie de encuentros de personajes con un niño que está fumando. Algunos de los personajes, al acercarse al precoz fumador, mueren soltando gotas de sangre por la boca. Una experiencia que o te graba a fuego que no debes fumar o te traumatiza de por vida, pensamos Susana y yo mientras nos miramos alucinando.

Mientras llega nuestro turno vemos también a un señor de la limpieza barriendo. El hospital está bastante limpio y huele a lejía, así que debe haber varios equipos de limpieza trabajando constantemente, pensamos. Nuestro mito sobre la limpieza del lugar se nos viene abajo al ver a este señor barrer el suelo, limpiar los asientos con la misma escoba de barrer el suelo y volcar las papeleras al suelo (esparciendo por el aire toda la porquería que pudieran contener) para, una vez más con la misma escoba, unificar toda la basura en un único punto del lugar y meterlo de nuevo en la papelera. Toda una exhibición de lo que no se debe hacer al limpiar en un hospital occidental en menos de dos minutos…

Nos toca el turno al fin y pasamos a la consulta de pediatría. Cuando entramos en la consulta, la familia anterior aún no ha salido (¡viva la protección de datos!), así que tenemos tiempo para observar con curiosidad cómo es una consulta médica china. Un par de taburetes para sentarse, una doctora con cientos de palitos de madera para la garganta y un ordenador frente a ella, un lavabo que ha conocido tiempos mejores en lo que a limpieza se refiere y poco más. Austeridad donde la haya, oigan…

El niño que tenemos delante es un “culo inquieto”. Mientras su madre habla con la doctora hace mil y una, abriendo un pequeño armario bajo el lavabo, metiendo su palito de la garganta usado en el lector de tarjetas que tiene la doctora encima de la mesa, arrastrando el taburete por media consulta… A su lado, nuestra LY es Teresa de Calcuta.

Cuando al fin terminan, pasamos nosotros. La traductora le cuenta a la doctora los diferentes síntomas que la hemos relatado con mayor o menor precisión (y mira que la insistimos en todos y cada uno de ellos, pero estamos seguros de que se ha dejado la mitad de las cosas por el camino) y finalmente la doctora ausculta a LY con su estetoscopio, primero por encima de la ropa (¡!) y finalmente por debajo de ella. Parece que efectivamente es sólo un proceso de garganta y, gracias a Dios, no tiene nada en el pecho.

La doctora nos remite a la tercera planta para hacerle a LY una analítica de sangre. En esto sí que están mucho más avanzados que nosotros: a todos los niños con una infección vírica les hacen una analítica casi instantánea tomando una muestra de sangre del dedo para ver exactamente el tipo de virus del que se trata y así poder mandarles la medicación adecuada. Flipante.

Mientras subimos a la tercera planta por las escaleras mecánicas, pasamos por una planta en la que, a través de unas enormes cristaleras, vemos decenas de mesas con perchas y goteros enchufados a niños. Se ve que aquí es costumbre administrarles la medicación con un gotero, pero da un ligero repelús verlo así, en directo… Seguimos subiendo antes de que me desmaye (que a mí me marea el mero hecho de que me saquen sangre, así que os podéis imaginar el efecto de ver los goteros enchufados a una vía en el bracito de esos niños…) y llegamos al fin a la tercera planta.

Al acceder a la planta vemos un cartel en chino e inglés que indica los diferentes departamentos de la planta. Entre otros, tienen un departamento específico de análisis de virus y microorganismos sin determinar, otro de análisis bacteriológico y otro específico para el VIH infantil… Cada vez me llaman más la atención los contrastes de este país, capaz de ser puntero para unas cosas y tercermundista para otras.

En un mostrador le extraen a la pobre LY una muestra de sangre del dedito mientras ella suelta unas cuantas lagrimillas. Al acabar nos dan un algodoncito con el que presionar la zona donde han practicado la extracción y cortar el sangrado y nos sentamos a esperar los resultados. Mientras esperamos, vemos a más personal de limpieza venga a fregar el suelo con un mocho mugriento que ha conocido tiempos mejores. La gente tira al suelo los algodones ensangrentados de sus niños y la señora los arrastra con el mocho a lo largo y ancho de la sala, así que para mis adentros espero no coincidir hoy con ningún niño con gripe A, ébola o algo así…

Al fin nos dan los resultados de la analítica y nos volvemos de nuevo a pediatría, no sin antes echar un último vistazo en la segunda planta al regimiento de goteros allí ubicados y sentir una pequeña punzada en el estómago. Esta vez no esperamos número y pasamos directamente a la consulta. La doctora revisa la analítica, asiente y nos receta “algo” que debemos recoger en la sala que visitamos al entrar al hospital. Pues nada, para allá… (esto empieza a tener tantos trámites como la obtención del pasaporte.,. qué difíciles hacen todo los chinos, señor…)

Nos sentamos en la sala de espera y S. se dirige a una ventanilla que pone “farmacia” en inglés. Mira por donde, en el mismo hospital lo hacen todo: te revisan, te analizan y te dan la medicación pertinente. Todo en uno. Mientras estamos allí sentados vemos a una madre con su hijo y un artilugio curioso en la mano: lleva un palo de plástico largo acabado en forma de “Y” de donde cuelga… ¡un gotero! El niño lleva enchufado el gotero y están allí esperando y viendo los dibujitos animados, con la vía puesta y mezclados entre el resto de gente. ¡Aaaargh! Por favor, que S. vuelva pronto…

Finalmente, nuestra guía vuelve con una caja de antibiótico “occidental” (al menos pone el nombre del principio activo en inglés), otra con unos envases con líquido de medicina tradicional china (que según nos cuenta es para suavizar la garganta), dos vendas frías para ponerle a LY en la frente si le sube la fiebre (aunque también nos dice que la doctora la ha confirmado que podemos darle el paracetamol pediátrico que hemos traído de España si le sube por encima de 38.2º), 32 yuanes (que es lo que ha sobrado del depósito inicial de 200 yuanes que realizamos al entrar), el informe médico, la analítica y la tarjeta prepago (“de recuerdo”, según ella). Ya estamos listos para irnos al fin y, al menos, ya sabemos lo que tiene la pobre LY y que no reviste mayor gravedad. Hemos pasado por nuestra primera consulta médica con la niña sin siquiera haber abandonado el país: definitivamente, ya somos padres.

Al salir tenemos el chófer esperándonos. Como ha pasado bastante rato desde que dejamos la comisaría, S. decide que debemos dirigirnos de nuevo allí para ver cómo está el tema del pasaporte, así que dicho y hecho. Llegamos a comisaría y esperamos nuevamente mientras S. discute con varios policías hasta que se acerca a nosotros y nos suelta un “todo resuelto”. Uff, que alivio… Nos comenta que ya no es necesario que nos quedemos con ella, pues los policías ya han confirmado que el pasaporte que estamos solicitando para la nena es porque la hemos adoptado, que somos sus padres, que coincidimos con la foto de nuestros pasaportes y todas esas cosas tan burocráticas y que tanto gustan aquí, así que el chófer nos llevará al hotel y ella se queda a esperar a que expidan el pasaporte. Bueno, eso que nos ahorramos nosotros. Así nos da tiempo a comer algo antes de reencontrarnos con ella…

Subimos al coche y el chófer nos lleva en silencio por el tráfico de Jinan cual piloto suicida. Tras estar a punto de atropellar a una viejecita, esquivar de forma temeraria dos coches y una moto y saltarse un par de semáforos, hace una “pirula” en el acceso a un garaje para cambiar de sentido y… ¡sorpresa! Un policía le caza y le da el alto. Multa al canto. Para, se baja del vehículo con la documentación y discute un poco con el policía mientras nosotros contemplamos la escena entre asustados y alucinados. Finalmente regresa al coche con una “receta” nuevecita en el bolsillo y cara de pocos amigos. Esperemos que el viaje dure poco, pues si este hombre ya era un peligro público estando tranquilo, ahora que está de mala leche no me lo quiero ni imaginar…

Llegamos al hotel sanos y salvos, nos despedimos del chófer kamikaze y subimos a nuestra querida habitación del hotel, donde damos de comer a LY y tomamos algo también nosotros. Son las tres y pico y la comisaría cerraba a las cuatro y media, así que decidimos no echar siesta pues seguramente S. nos la fastidie. ¡Meeec! Error. La guía no se presentará en el hotel hasta pasadas las seis de la tarde, mientras nosotros nos vamos poniendo cada vez más nerviosos pensando que ha debido haber problemas con el pasaporte de la peque. Para pasar el rato, probamos con LY diferentes opciones del vestuario que hemos traído de España para ver qué tal la quedan. Aquí podemos ver el gorro con el que parece del Perú:



Y aquí un pijama más grande que ella:



Finalmente llega S. a nuestra habitación. El pasaporte está correcto. Es un pasaporte chino muy parecido a los europeos. Ahora sólo faltan los trámites de Beijing, donde deberemos tramitar la solicitud del libro de familia español en el consulado de España en Beijing y el visado para que la niña pueda salir del país. Rellenamos toda la documentación con la guía, recopilamos la documentación necesaria que traíamos de España y lo dejamos todo preparado para el lunes. Ya queda menos para el final de nuestra aventura asiática. Mañana a las 13:00 tenemos el tren bala Jinan – Beijing, así que el resto de la tarde podemos descansar un poco al fin e ir preparando las maletas.

A última hora de la tarde nos damos cuenta de que nos hace falta comprar agua y además tenemos cena para la niña pero no para nosotros. Como cerca del hotel hay un supermercado y un Pizza Hut, decidimos que ya es hora de tomar algo de comida “occidental”, así que Susana se queda en el hotel con la peque y yo me acerco a comprar en un momento.

La primera parte es comprar el agua. Fácil: las botellas de agua de este súper son de la misma marca que hemos comprado hasta ahora, así que cargo unas cuantas, pago y listo.

La segunda parte es coger las pizzas. Me dirijo al Pizza Hut, unos metros más adelante y al entrar me sorprende que la recepcionista lleva en la cabeza un sombrero rosa con orejas de conejita de Playboy blancas y rosas. Pero… ¿dónde me he metido yo? Miro de nuevo el cartel por si me he equivocado, pero no: ahí pone claramente “Pizza Hut”. Bueno… pues nada. Entro con la recepcionista, le hago entender que quiero pizzas para llevar y me enseña una carta donde sólo tienen dos pizzas diferentes entre un maremágnum de comida china. Bueno, esto facilita la elección, pienso para mis adentros. La indico el tamaño de las pizzas, pago y me siento a esperar con mi ticket entre las manos. Las camareras (no hay ni un solo chico) van pasando ante mí llevando platos de un sitio a otro. Todas ellas llevan una pajarita rosa con el logo de Playboy… Este país nunca dejará de sorprenderme.

Media hora después estoy de vuelta en la habitación del hotel con el agua y las pizzas. Cuando entro veo a LY con lágrimas en los ojos y Susana me cuenta que no ha dejado de llorar desde que me he ido. ¡Pobrecita mía! Si lo sé, me quedo sin cenar…

Tomamos las pizzas con LY a nuestro lado sentada en la cuna. Estar con nosotros la calma, así que cenamos con tranquilidad y al terminar Susana inicia el “ritual” para acostarla: cambio de pañal, masajito con aceite para bebés y pijamita. Nos tumbamos con ella en la cama (no la ilusiona dormir especialmente pero ya no llora) y acabamos quedándonos fritos los tres. El día ha sido agotador y nuestras fuerzas ya se van agotando, pero aún quedan cuatro días por delante antes de coger el vuelo que nos llevará de vuelta a nuestro hogar, con la familia, los amigos, nuestras mascotas y nuestra querida comida occidental.